Era 2004. Enric Sala, entonces profesor asociado del Instituto Scripps de Oceanografía, tenía la sensación de estar «escribiendo la necrológica del océano». El científico español pasaba los días documentando la degradación de unos mares sobreexplotados y contaminados, intentando comprender por qué desaparecían los grandes depredadores y morían los arrecifes de coral. Aquellas perspectivas frustrantes e intolerables lo llevaron a fundar el proyecto Mares Prístinos, con un fin: explorar y proteger los últimos reductos vírgenes de los mares del planeta.
Desde entonces, Sala, hoy Explorador Residente de National Geographic, ha liderado diez expediciones con destinos tan diversos como la Tierra de Francisco José, en el Ártico ruso, o las aguas de Nueva Caledonia, en el Pacífico Sur.
El Gobierno de Kiribati acaba de crear una zona de exclusión pesquera de 12 millas náuticas en torno a las Espóradas Ecuatoriales del Sur, cinco minúsculas cabezas de alfiler a unos 3.000 kilómetros al sur de Hawai. En la superficie, estas islas deshabitadas no parecen nada especial. Pero sus aguas, tal como nos muestra el fotógrafo Brian Skerry, albergan un edén submarino. «Son como los arrecifes de coral de hace mil años», dice Sala.
El trabajo de Mares Prístinos no acaba aquí. Sala espera que otros santuarios marinos se añadan a la lista. El pasado mes de junio Barack Obama anunció la creación en el Pacífico Central de la reserva oceánica más grande del mundo. La mejor expresión sobre la urgencia de salvar nuestros mares quizá la encontremos en las palabras de la célebre bióloga y escritora estadounidense Rachel Carson: «Cuanto más consigamos concentrarnos en las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menos gusto encontraremos en destruirlo».
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