Si hay una especialidad donde el método científico tiene que demostrar su alta rigurosidad y precisión esa es la medicina forense. Peritos y médicos ponen al servicio del Derecho los conocimientos biológicos y avances científicos necesarios para determinar el origen de las lesiones o causa de la muerte de implicados en un proceso judicial.
Incluso a veces, cuando las evidencias y pruebas tradicionales no son capaces de desenmarañar un caso enquistado, la ciencia y tecnología ofrecen caminos inescrutables para desenredarlos. Este es el caso del asesinato de David Crawford en el año 2000, un anciano residente en la localidad australiana de Lefroy, en Tasmania. El marcapasos que llevaba dio las pistas para resolver el enigma que no desvelaron otras pruebas. Fue su último trabajo para la ciencia.

Los forenses determinaron un intervalo de tres horas en la muerte de David, ya que no puede haber más precisión con las evidencias biológicas que deja un cadáver. Esto hizo imposible desbancar la coartada del principal sospechoso... hasta que apareció el marcapasos en un scanner del pecho del paciente a las 33 horas del asesinato.
No todos los modelos de marcapasos guardan en la memoria los latidos de su dueño. El de David era un modelo avanzado que guardaba las últimas 37 horas borrando todos los registros anteriores. El aparato había estado trabajando después de la muerte 33 horas seguidas. Por lo tanto, los investigadores tenían registrados solo los latidos de las cuatro últimas horas de vida de David Crawford, pero eran suficientes.

Los investigadores demostraron la compatibilidad entre la excusa proporcionada por el único sospechoso y el tiempo necesario para cometer el asesinato. La coartada se derrumbó y el acusado no pudo dar evidencias de su paradero en esa hora exacta.
El sospechoso, Ivan John Jones, fue condenado a 20 años de cárcel por el robo y el crimen. Un caso resuelto de una manera única en la historia de la medicina forense. Otra vez la ciencia gana.
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