
El trabajo, indica Esteller, tiene varias vertientes. Por un lado, actuar sobre la epigenética es más fácil que hacerlo sobre los genes, y eso ya se hace en otras enfermedades neurológicas como la epilepsia. Por otro lado, al identificar estos tres genes, se apunta a procesos clave en la enfermedad.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores empezaron por dividir el cerebro de ratones en 12 regiones. Y luego les indujeron alzhéimer, con lo que pudieron ver las alteraciones que se producían, sobre todo en el córtex frontal. Luego se comprobó que esas zonas también estaban modificadas en cerebros de personas con la enfermedad.
Este laborioso sistema permitió identificar varios genes candidatos, pero al final la mayor relación se encontró en esos tres (hay un cuarto candidato en los que el vínculo es menos claro). Con este método se permitió solventar algunas de las dificultades de trabajar en alzhéimer, como es el hecho de que las metilaciones (los cambios epigenéticos) son muchos e intensivos en el cerebro, y que trabajar con este órgano es especialmente complicado.
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