El pasado febrero, un estudio realizado por científicos del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA y dado a conocer en Geophysical Research Letters cuantificó el fósforo que viaja desde el desierto africano del Sáhara hasta el Amazonas en una media de 22.000 toneladas anuales, lo que más o menos coincide con la cantidad que abandona esta selva arrastrado por las cuantiosas lluvias y las inundaciones.
Dicho de otro modo, el análisis de registros tomados durante siete años por el satélite medioambiental CALIPSO ha revelado que el ecosistema del Amazonas depende del polvo sahariano para compensar su pérdida de nutrientes.
Por otro lado, los datos revelan que ese fósforo representa solo el 0,08% de las 27,7 millones de toneladas de arena del Sáhara que se depositan en la selva amazónica cada año después de recorrer nada menos que 8.000 kilómetros. Casi nada.
"El polvo afectará al clima y, al mismo tiempo, el cambio climático afectará al polvo", reflexionaba a la vista de los resultados Hongbin Yun, coautor de la investigación, quien sostiene que este trabajo pone de manifiesto que vivimos en un planeta donde todo está estrechamente conectado y que lo que sucede en un continente puede afectar drásticamente a otro. Según sus indagaciones, la cantidad de polvo sahariano que cruza el Atlántico cada año varía en función de las lluvias en el Sahel, el cinturón semiárido de transición que bordea el Sáhara por el sur con un diámetro de 5.400 kilómetros. Cuanto más llueve en esa zona, menos arena del desierto africano se desplaza hasta América.
El Amazonas no es el único destino de la arena migratoria del desierto africano. Sin ir más lejos, se ha demostrado que este fino polvo jugó un papel esencial en la formación del Gran Banco de las Bahamas, fruto de 100 millones de años de sedimentación de carbonato cálcico. Ese carbonato es producido por cianobacterias que consumen diez veces más hierro que otros organismos fotosintéticos. Las partículas de polvo procedentes del Sáhara, ricas en hierro, lo habrían hecho posible, tal y como reflejaba un estudio publicado en la revista Geology.
La concentración de partículas en las ciudades de Estados Unidos, Sudamérica y el Caribe, así como la salud de los asmáticos que viven en ellas, en también dependen de lo que suceda con el polvo africano.
De hecho, científicos de la Universidad de Miami han llegado a la conclusión de que la calidad del aire en estas zonas empeora con las tormentas de polvo africanas. Y que, como el polvo suspendido absorbe las radiaciones solares reduciendo la luz solar que llega al océano, a más arena del desierto suspendida menos temperatura en el atlántico tropical, y menos energía para que los huracanes se formen. Es decir, que lo que pase en el Sáhara también condiciona cómo de fuerte será la temporada de huracanes a miles de kilómetros de distancia. Un dato a tener en cuenta para las predicciones de las sociedades meteorológicas.
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