Tener mascota es algo muy grato, pero no es particularmente barato. Basta preguntar si no a cualquier dueño de un perro o un gato, que estaría más que dispuesto a dejarse los ahorros que tuviera para salvar la vida a su mejor amigo. Pero... ¿y si nuestra mascota fuera algo más pasiva?
Porque claro, los perros (y algunos gatos) son sensibles, cariñosos y leales. Pero imagina tener una mascota carente de sentimientos, a la que le da igual que estés o no y que seguramente jamás habrá reparado en tu presencia. Por ejemplo, una carpa dorada.

Por suerte para George, que así se llama el protagonista de esta historia, Lyn Orton no es una de esas personas. George no era una carpa dorada, sino su carpa dorada. Su 'Carassius auratus', por decirlo correctamente. Llevaban diez años juntos y sus dueños, una familia australiana, no estaban dispuestos a perderse los otros veinte que puede vivir un ejemplar de este tipo.
George había desarrollado un abultado tumor cerebral que le impedía respirar y alimentarse "y estaba empezando a sufrir de verdad", según relató Tristan Rich, el veterinario que lo trataba, en declaraciones recogidas por la CBS.
Las opciones que Rich dio a Orton no daban lugar a equívocos: operación o sedación definitiva. Y Orton y los suyos decidieron operar aunque el coste fuera casi veinte veces el del pez.

El paciente fue introducido primero en el primer recipiente y, una vez sedado, fue intubado con agua procedente del segundo recipiente. Rich operó usando bisturí y esponjas de gelatina, le dio sutura, le inyectó calmantes y, durante el posoperatorio, le dio más calmantes para paliar el dolor. Al cabo del rato el pececillo nadaba contento ya sin su protuberante tumor.
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